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No son nuestras fuerzas


Uno de los grandes problemas de nuestra naturaleza humana radica en creer y confiar en nuestras propias fuerzas. Es más: la Biblia tiene una historia fascinante que describe aquella confianza que se convierte en algo superior al orgullo. El relato tiene que ver con Senaquerib, rey de los asirios y Ezequías, rey de Judá.

En un momento dado Senaquerib resolvió invadir a Judá. Entonces, en respuesta, Ezequías tomó una serie de medidas para enfrentar la amenaza de los asirios. Lo primero que hizo fue reunirse con sus consejeros con quienes decidió cerrar las fuentes de agua de Jerusalén.  Pero no se quedó ahí: con mucho ánimo reconstruyó los muros caídos, levantó otro muro y elaboró mucho más armamento para su ejército. (2 Crónicas 32:5)

Lo anterior muestra que ante la amenaza de los asirios, Ezequías se preparó e hizo todo lo que le correspondía como rey. Primero buscó consejo y consenso para la defensa. Luego cortó los suministros para sus enemigos, reforzó los muros de la ciudad y finalmente fortaleció el arsenal para la defensa de Jerusalén. 

Ningún cristiano está libre de amenazas en su vida, sean físicas, emocionales o espirituales. De ahí que las medidas que tomó Ezequías sean un buen ejemplo de lo que nos corresponde hacer en aquellos momentos. Así las cosas, es indispensable reconocer que no estamos solos, que hay gente con la que podemos contar y a quienes respetamos y admiramos lo suficiente para pedirles apoyo y consejo.

Lo segundo es cortar la línea de suministros al enemigo, lo que significa que debemos esforzarnos para no darle munición al adversario: si nos falta integridad, si nuestras palabras son de maldición y no de bendición, si nuestra vida no es un testimonio constante de la presencia de Cristo, estamos entregándole pertrechos al adversario. Por tal motivo, cortar la línea de suministros significa evaluar con sinceridad y corregir para avanzar en la integridad, cuidar nuestra lengua y verificar constantemente que nuestras acciones sean acordes al ejemplo que dio Nuestro Señor Jesucristo. De hacer lo contrario, abastecemos al adversario para que nos ataque sin piedad.

Pero hay que hacer más. Así como Ezequías reforzó el muro existente y construyó otro, nosotros necesitamos dar lo que nos corresponde –nada menos que lo mejor de nosotros mismos- para facilitarle al Señor la reconstrucción de nuestras ruinas y el levantamiento de nuevos muros. Esto significa avanzar en la santidad, subir nuestros niveles de principios y valores y sobre todo, tener ojo crítico y honrado para evaluar a la luz de la Palabra, lo que hacemos, decimos, vemos y oímos.

Todas las decisiones del rey Ezequías fueron acertadas, pero no eran suficientes. Por eso hizo la proclama ante su pueblo (2 Crónicas 32:7-8), discurso en el que está el factor determinante para alcanzar la victoria: “Dios está con nosotros y pelea nuestras batallas”.

De hecho, Ezequías sabe que la diferencia fundamental es que Seraquerib se basa en su propia fuerza mientras que Judá fundamenta su esperanza en que Dios está con ellos para ayudarlos y pelear sus batallas. Lo mismo nos pasa: tener la convicción de que Dios está con nosotros y pelea nuestras batallas, además del ánimo, nos permite enfrentar la vida con valentía, pues sabemos que al final, el triunfo será el que Dios quiere otorgarnos.

Sin embargo, Ezequías no se quedó en el ánimo y en proclamar la realidad de Dios como el único comandante en jefe de la resistencia de Jerusalén: ante las amenazas de los asirios, Ezequías se reunió con Isaías para orar y clamar al cielo. Esto demuestra que el rey de Judá nunca basó su estrategia en sus propias fuerzas, tampoco contó y recontó soldados, sino que puso su mirada en el lugar correcto: en Dios.

¿Y qué pasó? Lo obvio: que Dios respondió (2 Crónicas 32:21) y tal y como lo había prometido estuvo con Judá y Él peleó la batalla… ¡Y ganó! Los músculos, las armas poderosas, la estrategia inteligente de Senaquerib, sus guerreros curtidos en batallas y la experiencia contra los dioses de otras naciones… ¡Nada de eso sirvió! Sencillamente un ángel derrotó al ejército asirio. Y con la humillación llegó la muerte: los propios hijos del rey de Asiria lo mataron.

No solo podemos sino que debemos prepararnos para las batallas de la vida. Pero ningún alistamiento será suficiente. En otras palabras: es posible que un adversario nos aborde por sorpresa, pero eso nunca será un problema si es Dios quien está con nosotros, si estamos en comunión con Él y si depositamos toda nuestra confianza en que Él pelea nuestras batallas.


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