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¿A dónde irás cuando mueras?


Es una tremenda pregunta. Las personas interrogadas normalmente bajan la mirada y piensan unos momentos antes de contestar: unas pocas se atreven a decir que irán al cielo. Gran parte no lo dice por convicción sino por esperanza. Sin embargo, la gran mayoría manifiesta una profunda incertidumbre por su destino eterno.

Otra pregunta, menos incómoda, es precisamente sobre el cielo: ¿cómo te lo imaginas? La respuesta es un lugar común: “es un sitio muy bonito… ¡Es lindo!” Interesante, pero ¿eres capaz de describirlo? ¡Atrévete con tus propias palabras! Entonces las personas se van por las ramas, describen lo que sentirán en el cielo (paz, amor, alegría, santidad) o enumeran las compañías que aspiran a tener allí -padres, hermanos, esposos, amigos, etc.-.

No obstante, Nuestro Señor Jesucristo no anunció que prepararía solo estados de plenitud o unas cuantas sillas para sentarnos con las personas que amamos. El Señor dijo en Juan 14:2-3 que se disponía a preparar un lugar para nosotros en la casa del Padre. Allí, dice Nuestro Señor Jesucristo, hay muchas moradas y Él fue a prepararlas para que podamos estar en donde Él está.

Esta es una promesa que da una certeza mayúscula de lo que nos espera. Pero volvamos al principio: ¿cómo te imaginas esa morada preparada por Nuestro Señor? ¿Cómo es el cielo? El apóstol Juan, en Apocalipsis 21:10-27 hace una descripción física de ese lugar en el que Dios habita. Aunque es una descripción humana, basada en el conocimiento que tiene un hombre del mundo, el apóstol compartió todo aquello que vio en aquel lugar. El ambiente es de brillo y esplendor, pues es la Presencia de Dios la que está allí. De hecho, todo lo que Juan narra da cuenta de luz, transparencia y pureza.

Posteriormente el apóstol indica que hay una muralla con 12 portones custodiados por ángeles. Son tres portones por cada punto cardinal y en cada uno de ellos está escrito el nombre de una de las 12 tribus de Israel. A continuación indica que el muro está construido sobre 12 grandes rocas, cada una con el nombre de uno de los apóstoles. Todo esto muestra que en el cielo hay una rica simbología que representa el Antiguo Pacto como parte de la muralla y el Nuevo Pacto como los cimientos del muro. Además, el nombre de los apóstoles indica que dicho muro está fundamentado en el evangelio, en el trabajo que hicieron ellos para la gloria de Dios y sobre todo en el mensaje de arrepentimiento, salvación y buenas nuevas que predicaron durante sus misiones apostólicas.

Sin embargo, la descripción del cielo no se detiene ahí. El apóstol cuenta que quien lo acompañó durante aquella visión hizo una medición con una regla de oro. El lugar, añade Juan, es un cubo perfecto que mide 12 mil estadios*, es decir, aproximadamente  2.100 km por cada lado y los mismos 2.100 km de altura.  En cuanto al muro, Juan indica que tiene una altura de 65 m, por lo cual, si comparamos la altura del muro con la del cielo, la muralla resulta insignificante en comparación con el total del cielo. Si habláramos en términos de construcción se podría decir que la muralla es un antepecho nada más. Es que dicha muralla no tiene el propósito mundano de defensa, pues ¿de qué se tendría que defender el cielo? Según los estudiosos, el muro tiene el propósito de establecer los límites del lugar.

A continuación, el apóstol enumera los materiales con los que están revestidos los cimientos: son piedras finísimas, de calidad superior, de colores solo comparables con las gemas más preciadas. Además, la ciudad es dorada, de oro puro y extremadamente brillante. De hecho, el cielo es un lugar resplandeciente, cuyos materiales son comparables únicamente con lo mejor y lo más exclusivo que existe en el mundo. Es más: son materiales cuyo valor es incalculable, ya que adicionalmente son de alta pureza y un brillo espectacular.

Posteriormente el apóstol señala que allí hay luz eterna, pues Dios está ahí y Él es la luz. En el lugar no hay noche y las puertas nunca se cerrarán. Y esto es lógico: no puede existir allí un solo momento de oscuridad: al fin y al cabo es el lugar en el que habita el mismo Dios. En cuanto a las puertas abiertas, resulta comprensible pues no hay inclemencias climáticas que afecten el bienestar, ni ladrones a quienes haya que impedirles la entrada y normalmente, desde la perspectiva humana, las puertas siempre se cierran en las noches y allí no hay ninguna posibilidad de oscuridad.

Es interesante tratar de imaginar la belleza del cielo y lo que Juan pudo ver, pero la imaginación nunca alcanzará para dimensionar la maravilla que es. Allí no habrá tristeza, ni dolor, ni lágrimas…  Es que el cielo es la felicidad eterna.

*En cuanto a la medida de estadio, existe una confusión pues el estadio olímpico medía 175 m mientras que el estadio romano llegaba a 185 m. Para este escrito hemos tomado la medida del estadio olímpico, que es en la que más coinciden los estudiosos del tema. 



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