Por Jaime Restrepo Vásquez
El tiempo me ha enseñado que el liderazgo lleva implícita
una alta dosis de soledad. En las Fuerzas Armadas se conoce como la soledad del
oficial y existen protocolos y rutas que permiten identificar y manejar las
crisis que suscita dicha soledad.
Tres años, tres nombres: 2018, Andrew Stoecklein. 2019, Jarrid
Wilson. 2020, Darrin Patrick. Tres hombres de Dios que tomaron la decisión de
suicidarse. Tres pastores, tres siervos que fueron instrumento de Dios para que
muchos llegaran a los pies de Nuestro Señor. Duele, y duele mucho la partida de
estos pastores.
¿Qué pasa en la iglesia de Nuestro Señor Jesucristo con sus
líderes? ¿Les estamos brindando la atención y el cuidado suficientes para
erradicar la amenaza de la soledad? ¿Será que los pastores estamos dispuestos a
ese cuidado o nos negamos a recibir plenamente el amor de las ovejas, y de la
gente cercana, porque estamos convencidos de que nuestra vida es únicamente servir
con excelencia, pero no ser servidos?
La soledad del liderazgo es real. Las aflicciones del
mundo son reales. La carne, los huesos y el pedazo de pescuezo son reales también.
El pensar equivocadamente sobre la conveniencia de recibir el bálsamo necesario
para sanar las heridas es una realidad. La visión errada de dar ejemplo y testimonio
como si un pastor fuera casi una deidad, es un riesgo actual y vigente. Los pastores
somos el blanco predilecto de los cuestionamientos e incluso de las
murmuraciones. Cualquier situación nos puede ubicar en un remolino de aguas enfurecidas
y, como cualquier ser humano, necesitamos a alguien que esté dispuesto a
lanzarnos un salvavidas o una soga para salir a la orilla.
¿Y entonces, dónde está la fe? Jesucristo satisface esa y
todas las necesidades, ya sea en calma o en tempestad. Eso no se discute. Pero Dios
utiliza a sus siervos para sanar, corregir o enderezar a otros siervos. Un
ejemplo tremendo de este proceder de Dios es el de Natán con David, quien estaba
enceguecido por cuenta de su obsesión por Betzabé. Fue Natán el instrumento que
Dios usó para mostrarle a David su error. Y también, después de las
consecuencias de su proceder, David fue consolado por el profeta. ¿Acaso un
pastor no puede recibir el mismo tratamiento de parte de Dios?
Si algo he aprendido en estos años de ministerio, es que
soy mucho más perverso, más pecador y más inicuo que cualquiera de mis ovejas.
Ser consciente de tales espinas es el primer paso. Pero también aprendí a no
aparentar lo que no soy: no soy la fotocopia del Espíritu Santo (como dice
acertadamente mi amigo, el pastor Mauricio Ortegón), no soy inmune al dolor, ni
al sufrimiento, ni a la angustia ni a las preocupaciones. Al contrario: gracias
a Dios he aprendido a ser el cirineo de otros, a llevar un poco de las cargas
de otros, pero eso no me hace más o mejor preparado para llevar mi cruz.
He reconocido desde el principio de mi ejercicio
ministerial, que necesito de la ayuda, de la orientación y de la corrección de las
personas que me aman, porque sé que sus críticas buscan construirme y en tal
sentido, son instrumentos en las manos de Dios.
No puedo afirmar que esta ha sido la razón que llevó a los
pastores Andrew Stoecklein, Jarrid Wilson y Darrin Patrick al suicidio. Lo que
sí puedo asegurar es que se percibieron rebasados por la vida, que pese a la fe
y a la convicción de Cristo actuando en sus caminos, no pudieron más y en una
balanza que difícilmente se puede explicar, pesó más el abatimiento que la
certeza de un mañana mejor. ¡Ni más faltaba que los fuera a juzgar! Yo mismo padecí
esa asfixia que significa vivir y percibir el horizonte oscuro y doloroso. Yo también
sufrí la convicción de ser incapaz de dar un paso más, de sentir que no tenía más
que dar y que carecía de fuerza para avanzar.
El Señor me salvó. Él puso a la gente correcta, en el
momento correcto, lo que evitó que diera el paso que otros, por desgracia, han
dado. Eso no me hace mejor, ni más salvo, ni más cristiano, ni mejor pastor… Me
hace un hombre humildemente agradecido con Dios, porque siempre he tenido
personas maravillosas a mi lado que han estado cuidando de mí, sirviendo todos
a Dios.
En el ministerio he vivido situaciones que me han llevado
al límite, no al borde del suicidio, sino a la decisión de abandonar el
servicio pastoral. La lengua de algunas personas que uno cree cercanas, la
injusticia y la maldad, pero sobre todo las propias decisiones equivocadas, me
han puesto en el dilema de renunciar al ministerio o seguir a pesar de mis
debilidades, defectos y equivocaciones. Gracias a Dios, siempre he podido
desahogar mis aflicciones en oración y también he recibido el bálsamo de ser
escuchado por siervos que están dispuestos a sanar mis heridas y conversar sin
limitaciones para analizar las situaciones con buen juicio, a partir de la
Palabra de Dios.
Me duelen los pastores. Me duele la carga que llevan
algunos de aparentar perfección y santidad a toda prueba. Me duele la soledad
de los líderes y pastores. Me duelen las familias de los pastores. Me duelen
las ovejas que pierden a su pastor de una forma tan difícil de entender. Es
necesario que nos cuidemos unos a otros, con toda la disposición y la
generosidad que se requiere.
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