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La paz profunda que sobrepasa todo entendimiento

Hay falacias que se arraigan. Una de ellas es considerar a Cristo como algo antiguo y que no tiene nada que ver con el día a día. Incluso muchas veces lo vemos distante y completamente independiente de nuestras vidas. Es como si existiera un divorcio mental entre Cristo y nuestra realidad.

Lo anterior es una lástima. Tengo que decirlo: Cristo es el hecho de mayor vigencia y con una influencia de tal magnitud, que aquel que lo conoce, así sea de reojo, comienza a percibir su influencia en cada aspecto de la vida. No es que la gente tenga tanta desesperación que se aferra a lo primero que se le atraviesa: es que las maravillas que Él hace en nuestras vidas lo ubican en un presente constante.

Yo no creo que Cristo sea una promesa de esas que anuncian paraísos futuros… eso es de humanos y de política populista. Cristo es una realidad presente, una fuerza extraordinaria que impulsa, que emociona y que nos sumerge en aquella famosa paz que sobrepasa todo entendimiento.

Inevitablemente aquellos que no conocen a Cristo sienten duda, temor, recelo y hasta albergan o expresan burla por todo lo afirmado anteriormente. A ellos no los invito a leer la Biblia, ni a acercarse a una iglesia… ni siquiera pretendo hablarles de la fe. Solo quisiera que leyeran algunas cosas que han pasado en mi vida en Cristo, no como un testimonio sino como parte de la experiencia que significa Él en mi vida.

Y no quiero convencer a nadie, pues se de las dificultades e incredulidades que despiertan aquellos fanáticos que quieren influir a toda costa en los demás y prácticamente obligarlos, sin éxito claro está, a vivir la experiencia de Cristo actual. Solo quiero contar algunas historias, basadas en mi vida, con la esperanza de despertar tan solo una simple inquietud, algún interrogante y de repente una motivación para indagar de qué se trata la experiencia en Cristo.

Hace tiempo, yo escuchaba con escepticismo a los que hablaban de la paz y de la tranquilidad que vivían, pese a las situaciones que se presentan en el camino. ¿Cómo es posible –decía- que alguien sienta paz cuando atraviesa por una dificultad? ¿Qué paz puede sentir un hijo que pierde a su padre? Eso me parecía absurdo y suponía que eran expresiones externas que no concordaban con el huracán interior que debían sentir esas personas.

Unos años después, por diferentes situaciones nos mudamos con mi esposa y mi hija a otra ciudad. Cuando llegamos, por descuido y desconocimiento, no teníamos cupo en ningún colegio de la nueva ciudad. Entonces miramos la guía telefónica y encontramos una institución que nos pareció adecuada.

Pasaron solo unos meses y comenzamos a vivir una pesadilla: la niña se sentía incómoda, llegaba aburrida en las tardes y se veía la desmotivación escolar. Todo estalló en una reunión de padres de familia, cuando nos contaron que el colegio era para niños con problemas de conducta, es decir, una metodología completamente contraria a las necesidades de nuestra hija. Eran las vacaciones de mitad de año y angustiados ya por la situación, mi esposa y yo decidimos buscar otro colegio.

El asunto estaba en que ya las inscripciones para los otros colegios estaban cerradas y era muy difícil conseguir un cupo en esos momentos. De repente llegamos a una institución que nos gustó muchísimo, pero solo había un cupo disponible para más de 100 candidatos. Mientras esto ocurría, nuestra hija seguía en el colegio para problemas de conducta, hasta que llegó el momento en que dijimos no más, sin tener siquiera el formulario de inscripción para el nuevo colegio.

Nos hicieron una entrevista y al salir, caminé por un sendero empedrado lleno de arboles a lado y lado. Justo en ese momento sentí la paz que sobrepasa todo entendimiento y comprendí que ese sería el nuevo colegio de mi hija: no importaban los trámites, ni la competencia por el cupo, pues en mi interior sabía ya que ese cupo tenía el nombre de la niña.

Unos días después nos hicieron una llamada telefónica confirmándonos lo que mi corazón ya me había ratificado con anticipación.

Aquellos que son padres saben lo difícil que resulta conseguir un buen colegio y de golpe conocen la angustia que se siente hasta que confirman que el cupo es del hijo.

Sin embargo, en todo ese proceso oramos con mi esposa y en las noches, antes de dormir, ya acostado y con la cabeza en la almohada, hacía mi oración y le pedía a Dios que nos ayudara en semejante situación. La respuesta a mis oraciones no se hizo esperar y primero llegó la confirmación interior, mucho antes que la dichosa llamada.

Dios solo responde de tres maneras a la oración: si. No, porque tengo algo mejor para ti; o espera un poco que de todas maneras te lo concederé.

Solo puedo decir que Cristo está pendiente de ti, de tus oraciones y de tus actos de fe… pruébalo y verás que Él es el amigo que nunca falla.

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