Algunos componentes de la vacuna contra la depresión: oración, alegría, esperanza y confianza en Dios
Cuando Jesús sintió aflicción, no se quedó compadeciéndose de sí mismo: fue de inmediato a orar. Él se comunicó con el Padre y se le entregó por completo.
Jesús se concentró en Dios y oró tres veces: ¡Así era de grande la aflicción! Pero no se dio por vencido, sino que puso todo de su parte para no distraerse en todo aquello que generaba su angustia. Es que la oración pone el foco en Dios y nos permite negarle la atención a las aflicciones del mundo. En Santiago 5,13 dice: Si alguno de ustedes está afligido, que ore.
No obstante, la oración no puede estar desprendida de dos actitudes: la alegría y la esperanza. Muchos dirán ¿Y si estoy afligido, cómo voy a estar alegre y esperanzado? Comencemos por lo fundamental: que alegría y esperanza describen la forma en que nos disponemos a enfrentar las aflicciones. La oración puede llegar a ser lastimera en medio de un fuerte dolor, pero nuestra contribución es estar dispuestos y esforzarnos por recuperar la alegría y la esperanza.
Dice Pablo en Romanos 12,12: Vivan alegres por la esperanza que tienen; soporten con valor los sufrimientos; no dejen nunca de orar.
La alegría y la esperanza surgen de una realidad: el focalizarnos en Cristo. Cuando sentimos su presencia, cuando estamos convencidos de su sonrisa sincera y de su amor más allá del amor, entonces sentimos que no estamos solos enfrentando el dolor. Esa convicción de su compañía nos llena de alegría: cuando un náufrago flota durante horas en medio del mar, y de golpe escucha el sonido distante de un helicóptero que se acerca con un rescatista, ese náufrago siente una enorme alegría que resulta de comprobar que su esperanza no fue en vano, pues aunque sabe que todavía está sumergido en las aguas, tiene la convicción de que pronto será rescatado. Esa es la certeza que tenemos en Cristo y por tal motivo, si sabemos que seremos rescatados de la aflicción, solo queda espacio para la alegría y la esperanza.
Confíe en Dios
Una de las características de la depresión es que sentimos que Dios nos abandonó. Es lógico: como tenemos puesta nuestra atención en el dolor, dejamos de mirar a Dios y eso nos hace sentir distantes y abandonados. No es que Dios haya dejado de cuidarnos: es que por estar concentrados en el motivo de la angustia, quitamos nuestros ojos y no vemos a Dios.
Cuando David se sentía abatido, Salmo 42,5, se enfrentaba a su alma, le hablaba y le hacía un fuerte llamado de atención. Después, le recordaba que Dios era fuente de esperanza y por tal motivo, se concentraba en alabar al Padre para concentrarse nuevamente en Él.
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