Jesús fue claro en Juan 16,33: En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo.
En algunos momentos de nuestra existencia, la aflicción se apodera de nuestro corazón y de nuestra mente y en ocasiones es tan fuerte el peso, que le entregamos el control de nuestra vida: dejamos que el dolor decida, que nos paralice y que nos aleje de Dios.
La aflicción nos distrae: quitamos la mirada de Dios para ponerla en el motivo de la tristeza. Pero la cosa puede ser más complicada, pues los cristianos sabemos que la aflicción tiene a la duda como componente fundamental y entonces sentimos que estamos pecando. ¡Qué horror! A la carga de la depresión, le sumamos el sobrepeso de la culpa.
Ahí estamos fallando. Ciertamente la duda le desagrada a Dios, pero no podemos perder de vista lo fundamental: que Dios es nuestro Padre. Así las cosas, Él entiende que la aflicción es un asunto que muchas veces es inherente al ser humano. Es más: desde David hasta Jesús sintieron aflicciones en algún momento de sus vidas. Pero ellos mostraron el camino para enfrentarlas, para desterrarlas, para erradicarlas de nuestra existencia.
Es interesante ver que ni David ni Jesús negaron las aflicciones. Ellos no andaban por ahí aparentando estar felices, cuando en su corazón se anidaba una aflicción. Comencemos por David. Él se dirige a Dios y le dice en el Salmo 25,16: Mírame, Señor, y ten compasión de mí, porque estoy solo y afligido. 17Mi corazón se aflige más y más; líbrame de mis angustias.
El rey David sentía la aflicción, muchas veces fruto del temor, otras por la soledad, otras por la carga de sus culpas. Sin embargo, frente a sus aflicciones, recurría a Dios, le decía que lo mirara como un padre mira a su hijo, y que lo librara de sus angustias. Y Dios lo hacía.
Pero además, David encuentra que la aflicción es una cadena que esclaviza, que nos deja paralizados frente a la vida en Dios. Entonces, frente a la angustia, David pide liberación, pero no se queda simplemente en la petición, sino que actúa para alcanzarla. En el Salmo 119,45, David asegura que será libre porque acata y actúa conforme a los mandamientos de Dios.
Sin embargo, la aflicción no fue un asunto lejano a Jesús. De hecho Él también se sintió afligido ante la inminencia del sufrimiento que padecería por nuestra redención. Y Jesús no se escondió de las personas cercanas, ni puso una sonrisa fingida en su rostro, ni gritó para mostrarse entusiasta… Jesús admitió abiertamente la carga de la aflicción en Mateo 26,38: —Siento en mi alma una tristeza de muerte.
¡Claro que Jesús se sintió afligido! Pero no se quedó paralizado, sino que enseñó la manera de enfrentar esa aflicción: con la oración. Y no fue una vez, ni dos sino tres las veces que Jesús se distanció de los discípulos para orar, para someterse a la Voluntad de Dios y retomar la paz que requería para enfrentar activamente la misión de la redención.
Durante las siguientes dos semanas, estaremos dando los componentes para una vacuna efectiva y duradera contra la aflicción… ¡No tema sentirse deprimido! Dios elaboró el antídoto para ese mal.
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