Las imágenes de la tragedia ocurrida en Japón son traumáticas: además de la devastación, similar a la que se observa en los archivos fotográficos de las ciudades bombardeadas durante la Segunda Guerra Mundial; resulta doloroso pensar en nuestra impotencia para apoyar a esa miles de personas que hoy padecen las consecuencias del terremoto y del tsunami.
Viendo el sufrimiento, y constatando el proceso crítico que se está viviendo en la planta nuclear de Fukushima, que podría ocasionar una tragedia nuclear en Japón, algunos afirman que la situación en el país del Sol Naciente es la demostración de que Dios no existe. A esos apurados que reniegan de la fe, Dios se encargará de darles respuesta. Otros, creyentes ellos, se preguntan ¿y por qué Dios permite que ocurran estas desgracias?
Para tratar de comprender la situación, es importante comenzar por una realidad: parte de la tragedia es consecuencia de la actividad del hombre. En el caso de la planta nuclear, los informes señalan que Fukushima funciona desde los años 60 y que el factor económico fue fundamental para no cerrar la planta a tiempo. Es más: Según Wikileaks, las autoridades internacionales encargadas de monitorear la actividad nuclear en el mundo advirtieron en diciembre de 2008 que las instalaciones nucleares de Japón no podrían resistir un terremoto de una magnitud mayor a 7 grados en la escala de Richter. Entonces, no fue Dios quien precipitó la amenaza nuclear, sino las decisiones negligentes de los hombres. En otras palabras: fueron los errores humanos los que generaron esta amenaza contra los japoneses. Y la Biblia es clara en advertir tal situación. En Eclesiastés 9,18 dice: Vale más la sabiduría que las armas de guerra. Un solo error causa grandes destrozos.
Los errores causan grandes daños y lo que no podemos permitir es que responsabilicemos a un tercero, Dios, de nuestras propias acciones. Ciertamente la explicación anterior cubre el tema de la planta nuclear, pero alguien incisivo podría seguir preguntando: ¿Y por qué Dios permitió el terremoto y el tsunami?
Comencemos por recordar a Jeremías 2,19: Tu propia maldad te castigará, tu infidelidad te condenará. No es un hecho reciente el tema de achacarle a Dios la autoría de todas las desgracias. Resulta interesante que el Profeta hable de la maldad que castiga, o en palabras más simples, de los errores que producen consecuencias. ¿A qué tipo de maldad se refería el profeta? No voy a entrar a juzgar al pueblo japonés, menos en un momento tan doloroso como el que viven. Sin embargo, es importante recordar que en la historia reciente, hay errores que pueden estar pasando factura. De hecho en 1937, Japón invadió el sur de China y el 13 de diciembre de ese año, tomaron la ciudad de Nanjing. Dice la Historia que durante 6 semanas, los japoneses iniciaron una frenética venganza contra el pueblo invadido. El resultado: cerca de 300.000 personas masacradas y 20 mil mujeres abusadas sexualmente por los soldados japoneses.
Así mismo, durante la ocupación, Japón también apoyó el desarrollo de armas químicas y biológicas que probaban en la población china. Solo Dios sabe si la tragedia que vive hoy el Japón es la consecuencia de lo enumerado anteriormente. Lo que sí es seguro es que la justicia es una parte fundamental de la naturaleza de Dios. Génesis 18,25 dice: El juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?
Por todo esto, antes de culpar a Dios por las tragedias, démosle un vistazo a nuestros errores, a los pecados cometidos y a los males que hemos sembrado, pues solo así se pueden identificar las amenazas latentes contra nuestra vida, ocasionadas por nosotros mismos y no por Dios.
Es más: Dios es amor y misericordia, y por tal motivo es reacio a castigar. Sin embargo, las leyes que Él creó, los mandamientos y estatutos, tienen poder para premiar una buena acción o castigar una maldad. Somos los hombres los que escogemos lo que vamos a cosechar: bendiciones o maldiciones. Dice Deuteronomio 30,19: En este día pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ustedes, de que les he dado a elegir entre la vida y la muerte, y entre la bendición y la maldición.
Siendo así, lo que debemos tener claro es que Dios nos permite escoger y por tal motivo, son nuestras acciones las que traen consecuencias y no un capricho de un ser prepotente y soberbio, que es la imagen deforme que algunos tienen de Dios.
Entonces, lo importante es aprender de los errores, admitirlos, romper las cadenas de maldición que nosotros –o nuestros antepasados- hemos puesto en nuestras vidas, para recurrir a la misericordia y al perdón que Dios siempre tiene disponibles para nosotros.
Recuerde que tomamos decisiones que afectan nuestra vida y la de otros. No obstante, en medio de la tragedia, Dios nos hace una promesa que nos llena de esperanza en 1 Corintios 10,13: Y pueden ustedes confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla.
Sean facturas por las maldades, pruebas o correcciones, lo importante es aprovechar la salida y las bendiciones que Dios nos regala por su gracia y sobre todo, aprender que la única posibilidad real es centrar nuestra mirada en Dios.
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