La depresión, o la aflicción, no son cosas lejanas al ser humano. Hemos visto que David manifestó abiertamente su aflicción. Salomón también habló de la depresión en Proverbios 17,22 e Isaías 9,2 describe la depresión como “andar en tinieblas y morar en tierra de muerte.
Ciertamente la aflicción es comparable a la oscuridad y por tal motivo, la única posibilidad de contrarrestar esas tinieblas es la luz de Dios. Es más: esa oscuridad generalmente proviene del mundo, en un intento por separarnos de Cristo y capturar toda nuestra atención en los problemas y angustias que generan la aflicción.
El mundo por fuera de Cristo tiene muchas trampas para separarnos de Él: angustia, necesidades, peligros y humillaciones son, entre otras, amenazas a las que les damos poder cuando nos concentramos en ellas. Sin embargo, cuando se padecen estas amenazas, nos afligimos y en algunos momentos, caemos en la trampa de quitar nuestra mirada de Dios. De hecho, Pablo en Romanos 8,35 se pregunta: ¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, o las dificultades, o la persecución, o el hambre, o la falta de ropa, o el peligro, o la muerte violenta?
Todos hemos tenido que padecer alguna de estas amenazas: el sufrimiento, los tropiezos creados por nosotros mismos o por otros; las persecuciones por nuestras creencias y convicciones; las necesidades apremiantes como el hambre, la sed o el frío… incluso muchos hemos enfrentado el peligro que nos llena de temor. Estas son amenazas cotidianas en el mundo y frente a ellas no podemos perder de vista la única respuesta posible: Dios. Dice Romanos 8,37:Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Frente a la depresión, hay que tener claro que la única posibilidad de enfrentarla es por medio de Dios. Fíjese que no es solo CON Dios, ni basta EN Dios… El Padre es un MEDIO, un poderosísimo tanque de guerra que nos transporta al campo de batalla para librar la guerra contra la aflicción y salir victoriosos.
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