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¿Cómo hago para vivir en el mundo?


Me encontraba en medio de una encrucijada: ¿cómo puedo estar en el mundo, sin contaminarme con él? Entonces comencé a recorrer algunas páginas noticiosas en internet, no para buscar respuestas, sino para evitar seguir pensando en las aflicciones. De golpe me tropecé con una encuesta que me invitaba a saber si yo estaba in o out.

Y fue revelador: en la encuesta encontré algunas cadenas con las que el mundo quiere atarnos, para convencernos de que sus designios, y no los de Dios, son la verdad que todos debemos asumir obedientes. Había de todo: desde las órdenes para estar a la moda en tecnología, pasando por los últimos chismes de la farándula, el estilo de la ropa, los accesorios y el color para el automóvil, la tendencia actual para la decoración de la casa, la moda para las mascotas y los términos que no pueden faltar en el vocabulario de la gente in.

¡Qué carga, por Dios! Si me dedicara a la actualización constante de lo que está in, y a comprar los cachivaches que algunos imponen como el último grito de la moda, mi tiempo y el dinero que Dios me provee, no alcanzarían para satisfacer las exigencias de ese monstruo devorador que es la moda, uno de los diosecitos falsos al que el mundo le ha entregado un enorme poder.

Sin embargo, la cosa no se detiene ahí. A diario el mundo nos sorprende con más exigencias para envenenarnos: la pornografía disfrazada de “expresión artística”, la televisión que exalta la promiscuidad; la glorificación de los errores y el desprecio por la honradez. En otras palabras: el mundo presiona con fuerza para que despeguemos nuestra mirada de Dios y le rindamos culto a los diosecitos de la moda, del orgullo, de la vanidad y de la obscenidad.

Así mismo, el mundo no se conforma con imponer un estilo de vida: ataca sin piedad a todo aquel que intenta mantener la mirada en Cristo. Es más: los que creemos en Dios somos catalogados, con frecuencia, como anticuados y retardatarios del progreso que supuestamente trae el mundo –léase libertinaje, promiscuidad, exaltación de la vanidad, ausencia de valores, etc.-

El mundo quiere que invirtamos tiempo, recursos y energía en adorar a los diosecitos falsos y abandonemos a nuestro único y verdadero Dios, tal y como ocurrió con el pueblo de Israel, después de la muerte de Gedeón (Jueces 8,33).

Lo cierto es que los cristianos nos enfrentamos al bombardeo de esos diosecitos falsos y frente a tal ataque surge una tentación: ¿Nos apartamos y huimos del mundo? No. Nuestra misión es esforzarnos y ser valientes, reconociendo que el propósito de Dios para todo su pueblo es que seamos luz en medio de las tinieblas. Mateo 5,14 dice: “Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. 15Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa., 16Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo.

Entonces, aceptemos la misión que nos encomienda Jesucristo: ser la luz del mundo, una luz que combate las tinieblas y vence sobre ellas. ¿Y cómo lo hacemos? Con el ejemplo, pues si nos escondemos, o huimos, ¿qué ejemplo va a recibir el mundo de nosotros?

¡Brillemos! Nuestra luz debe llegar a los que andan en tinieblas. Sin embargo, eso no es fácil, pues quienes viven en las tinieblas, sienten un profundo fastidio cuando se acerca la luz. Y atacan, como dice Juan 3,20: Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo.

Los que viven en las tinieblas no se quedan quietos esperando a que la luz finalmente venza a la oscuridad, sino que responden con agresiones, insultos, murmuraciones y todo aquello que esté a su alcance. Ahí hay que aferrarse a Dios y saber que nuestra misión es acercarnos y brillar con el ejemplo.

Pero cuidado: el primer paso para vivir en el mundo sin contaminarnos, y brillar como hijos de Dios, es que nuestra luz combata aquellas zonas de nuestra vida que están en tinieblas. Antes de creer que podemos cambiar el mundo sin transformar nuestra vida, aceptemos que somos nosotros mismos el primer elemento de cambio. Esa acción constante se comienza a ver en la cotidianidad y finalmente, surge el brillo como testimonio para la vida de otros.

Nuestro combate comienza por vencer nuestras propias tinieblas y si en algún momento creemos que las hemos vencido, estamos equivocados: Siempre encontraremos algo oscuro en nuestro comportamiento, como la tentación de sentirnos superiores y convertirnos en jueces implacables de las debilidades de otros. Frente a tal situación, el apóstol Pablo advierte en Romanos 10,3:
Pues no reconocen que es Dios quien hace justos a los hombres, y pretenden ser justos por sí mismos.

Así mismo, seamos conscientes de que a los cristianos nos juzgan con mayor severidad. Por eso hay que estar atentos de preservar la luz que irradiamos. Dice en Filipenses 2,14: Háganlo todo sin murmuraciones ni discusiones, 15para que nadie encuentre en ustedes culpa ni falta alguna.

Entonces, concentrémonos en trabajar a cada momento en ser hijos de Dios, para brillar con el ejemplo y la adoración de dar lo mejor de nosotros mismos en cada instante de nuestras vidas… así, y solo así, podemos vivir en el mundo, combatiendo las tinieblas.

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